viernes, 21 de mayo de 2010

Meilo

“La palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla”
Thomas Mann


Tal vez no éramos la pareja perfecta, quizás porque teníamos ocho años, quizás porque ambos éramos del mismo sexo, dos pequeños niños con incontables sueños.

Él era Meilo, lo conocí una mañana de abril cuando unos niños intentaban quitarme mi manzana. Él me defendió de ellos y me tendió dio su mano derecha con una sonrisa dibujada en su rostro. Ese día salimos del colegio juntos y en el camino nos dimos cuenta que éramos vecinos, que él vivía en el siete seis cuatro y yo, en el siete seis seis, de aquella vieja avenida que me trae tantos recuerdos como si fuera una foto eterna. Desde ese día anduvimos juntos a todos lados. Ambos éramos del mismo grado, lástima que su aula era la “C” y la mía la “A”.


Recuerdo que en las tardes él me iba a buscar y salíamos a pasear mientras me enseñaba la ciudad, mientras yo intentaba explicarle cómo vivía viendo Discovery y jugando damas y ajedrez en las tardes. Él me hablaba de su mamá y yo de la mía, teníamos demasiado en común y sentía que poseíamos la misma forma de ver este mundo.

Las tardes fueron cayendo como gotas de lluvia en otoño. Nos gustaba pasear por los parques e ir a jugar a los columpios mientras mirábamos al sol caer sobre los edificios resplandecientes. Nos gustaba bañarnos juntos en el jacusi de mamá. Claro, ella nos enjabonaba la espalda, y después íbamos a ver televisión.

Recuerdo que un día muy soleado los salones fueron de visita al zoológico de la ciudad, incluidos los nuestros. Nos hicieron formar en dos columnas y todos tenían que tomar la mano de su compañero del costado. Yo no quería hacerlo, odiaba las manos de las niñas, aparte que algunas por no decir la mayoría no se hubiesen dado cuenta que yo estaba en su salón sino fuera por aquel motivo. Pero por motivo que fuese no quería, miss estoy enfermo, era la única excusa que podía fingir; pero cuando levanté la ceja izquierda y miré al costado me di cuenta que era Meilo, era él, miss me siento muy bien y de maravillas. Sentí la necesidad de tomarle de la mano y lo hice, y él hizo lo mismo. En esos quince minutos de trayecto agradecí que en los salones haya más niños que niñas. En el transcurso del camino todos hablaban idiotez y media; yo con Meilo de nada, tan sólo íbamos de la mano como dos enamorados bajo la luna, guardando el silencio en nuestros pequeños ojos infantiles, esperando que alguno de ambos hablase primero aun sabiendo que ninguno lo haría. Nos mirábamos y sonreíamos como quien ocultaba el secreto de la felicidad para siempre.

Al fin llegamos al zoológico; pero disfrutamos más el viaje que ver a tantos animalitos enjaulados gritando y llorando, mientras las gentes decían miren niños como cantan. Nunca comprenderán que nadie puede cantar estando en un mundo que no es el suyo. Aunque para nosotros la felicidad era diferente porque fue algo que no encontramos sino que creamos.

Nosotros habíamos hecho planes después de nuestro primer beso. Nuestras familias tenían la costumbre de despedirse siempre con dos besos en la mejilla aunque sea de varón a varón. Ese día nos equivocamos de lado y sin que nadie se de cuenta nuestros labios rozaron. En ese momento nos sentimos extraños, sin embargo fue agradable, fue tan dulce, fue tan triste y alegre.

Nuestros planes eran tantos como las rosas en nuestro jardín, y entre ellos estaba nadar con todos los peces en el agua, sería maravilloso nuestro mundo. Para ese entonces yo usaba un corte parecido a la de una modelo de ese tiempo, y él tenía su cabello algo largo y lacio, detalle en él que siempre me he percatado en las personas hasta ahora. Éramos tan felices, no sabíamos que lo que estábamos haciendo era homosexualismo, no sabíamos y tampoco nos importaba, nos daba lo mismo. Porque éramos felices, además el amor como la belleza es totalmente asexual.

En las tardes venideras, las tareas y los ejercicios matemáticos los haríamos juntos, mami siempre pensó que él era un buen chico, lástima que ella ahora esté en el cielo haciéndome un cuarto en su casita. En la casita que Dios le dio por ser tan buena y amorosa.

Éramos felices así, creo que la miss se llegó a dar cuenta de nuestra forma diferente de mirar las cosas, pero no importaba, cuando estábamos solos no hacíamos nada malo, tan sólo nos mirábamos a los ojos tomándonos de nuestras manos y luego nos matábamos de risa, jugábamos ludo y monopolio seguido hasta que mami murió. Hasta esa fecha mantuvimos aquella pequeña y maravillosa rutina. Hasta esa fecha nuestra felicidad era una circunferencia transparente y perfecta. Hasta esa fecha, mami nos enjabonaba la espalda.

Él me ayudó mucho cuando mis tíos vinieron a mi casa a acompañarme y después a llevarme con ellos. Casi muero de tristeza por lo de mamá; pero pude superarlo después de varios meses, lo superé pero todavía siento ese vacío que deja el ser que te dio la vida, como si Dios muriera y te quedases solo con tu iglesia. Meilo me ayudó siempre en ese entonces, a veces se quedaba a dormir en casa, creo que su mamá también comprendió todo y ella también se quedaba.

Aunque pienso mucho en la mujer a quien amo, Meilo ocupa un lugar importante en mi niñez y en mi vida. Recuerdo cuando sembrábamos rosas en los bordes de la tumba de mami. Recuerdo en especial una tarde que hablé con ella. Le hablé a mi mamita, y le conté mis secretos y era como si ella estuviese ahí, sentí su brisa y su perfume, me sentí en el cielo, sentí que ella me miraba y hablamos hasta que me quedé dormido. Meilo me levantó despacio murmurando, ya vienen tus tíos.

Cuando me enteré que Meilo se iba a España fue terrible y triste. Él no me había dicho nada para no lastimarme. Cuando mi tío me lo comentó sentí una amargura que hizo en mi garganta un nudo pequeño pero profundo. Desde mi ventana vi el auto con las maletas de Meilo y a su mamá y a su canario Juali a quien dejaría seguramente en casa de su abuela, los cuales me daban la razón que Meilo se iba, se iba para siempre y sin despedirse.

Un momento después lo vi venir y tocó el timbre de la casa, yo no quería abrir; pero él sabía que estaba allí, al otro lado de la puerta. Tocó como quince minutos y luego comenzó a irse muy despacio. Mis tíos no estaban en casa porque salieron a despedirse de los vecinos. Meilo se iba, no perdería este último momento con mi querido amigo. Abrí la puerta lentamente con la esperanza de que todavía no se había ido, y grité muy suave su nombre, mientras lo miraba detenidamente con la única intención de retenerlo en mi memoria para toda mi vida. Llevaba una chompa verde, un pantalón cuyo color no sabía en ese entonces, y una sonrisa inmensamente triste. Se acercó diciendo, Me voy. El estaba mirando el suelo desconcertado como quien busca algo. No vas ha encontrar oro le dije, mientras intentaba sonreír con mi nudo en la garganta.

Se iba aquel niño que fue como un hermano, un amigo, un enamorado, aunque no sé si fue amor, éramos niños y estábamos muy solos. Estábamos sin una figura paterna y sin una figura de nuestro futuro.

Esa tarde hablamos sobre varias cosas, y por último me regaló una pequeña rosa que traía escondida en su camisa por debajo de su chompa. Charlamos de todo, de lo que queríamos ser de grandes, -Yo seré un pintor. Le dije. – Sí, serás un pintor de los buenos como Picasso, y yo tocaré piano. -Piqueso? Qué dijo, me preguntaba mirando al cielo y buscando a Dios entre las nubes. Él decía y yo respondía. No recuerdo cuándo su tío lo llamó desde la otra acera. Nosotros estábamos sentados en la puerta de la casa. Me tengo que ir -Dijo. Llegó la hora definitiva de su partida, un tiempo que pensaba olvidar como a un mal sueño. Me levanté y me quedé parado, esperando el adiós definitivo o el volveré. Él tomó mi mano, sus ojos estaban muy brillantes, te quiero me dijo, y con un bello y tierno e inocente beso en la boca nos despedimos diciéndonos hasta la vista y para siempre.

Aunque amo a una mujer, el recuerdo de Meilo me conmociona al extremo. Su avión cayó al atlántico días después y su cuerpo nunca lo encontraron. Desde ese momento las rosas huelen a él, y al último beso de nuestro primer adiós.

Quizás si mami existiese me haría jardinero mas no un pintor, porque realmente extraño el idioma de las flores y de su perfume alegre y suave. Ya pasaron doce años desde aquel accidente y hoy llegué a casa muy afligido porque a mi pareja la vi con otra persona. Entré a mi cuarto despacio y vi a un niño de ocho años aproximadamente, de cabello lacio y con una chompa verde y con una rosa en las manos, me di cuenta que era Meilo y que vino a visitarme. Cerré la puerta con mi mano derecha casi por inercia.

Lo miré de frente y él me miraba tierno e inocente, con esa sonrisa de amigos inseparables aun en la muerte. Alguien tocó la puerta y voltee para mirar si quien tocaba iba a entrar y se daría cuenta de Meilo. Volví la mirada a él pero ya no estaba, sólo me dejó sobre mi cama su rosa del color de aquel bello sentimiento que alguna vez existió y ahora es sólo su recuerdo.

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