Un teólogo cansado de no encontrar a Dios, comenzó a forjar en sus sueños una ciudad divina. Comenzó primero por el espacio, la nada, una explosión misteriosa que creó toda materia. Formó ríos dentro de un planeta, y este dentro de una galaxia. Hizo estrellas y nubes cósmicas. Lo más difícil fue hacer el tiempo y las dimensiones.
El anciano había dedicado 70 años de su vida a la teología sin llegar a la meta, el verbo inicial o aquella acción que antecedió a toda. Había pasado ya 10 años desde que comenzó a soñar, a construir el mundo. Vivía en un convento de España, el lugar nadie lo conoce, ni siquiera el mismo Dalton Vest, quien escribió sobre la vida de este hombre, el libro fue publicado en 1920, pero el Vaticano logró parar con su comercialización, unos cuantos se salvaron al ser robados en 1922. El mismo Vest señala que en dicho convento vivió santa maría de Jesús durante su infancia, aquella mujer que se desdoblaba desde Europa hasta América para predicar a los aztecas, conoció en vida a este hombre que los libros teológicos ocultan.
El dormía 12 horas diarias y el resto del día, lo dedicaba a pensar como podía seguir con su creación. Los demás pensaban que por cuestiones de la edad dormía tanto, ya que no encontraban en él enfermedad alguna.
Se demoró 20 años en hacer a los animales, lo iba haciendo desde muy dentro, desde el ADN, dándole la forma que el creía que era del universo. Pensaba en cada órgano, con el mayor cuidado y detalle, como solo podía hacerlo un padre con su hijo. El anciano estaba cansado. Cuando decidió hacer al hombre, para el cual se demoró cinco años largos, en este periodo enflaqueció hasta el extremo, se dice que llegó a la ansiada iluminación que los budistas buscan, pues en los pocos ratos que paseaba por el jardín de este convento predicaba y sanaba personas. Todos creían que era la reencarnación de Jesús; pero él lo negaba .
Una vez ya acabado de hacer al hombre se dio cuenta que le faltaba algo que el no podía hacer, darle vida. Fue cuando en el sueño estaba contemplando el cuerpo recostado en el polvo y un soplo pasó sobre él, dándole vida. El hombre se levanto y miro a todas partes, vio los animales, el agua, el cielo; pero no pudo ver al anciano que hallábace a lado de él ( ahora “ el” con tilde ), dentro de su sueño. El teólogo no sabía que decir, su rostro dejó escapar una mueca de felicidad, y solo atinó a pronunciar lo que Dios le dijo a Adán cuando nació, dándole el trabajo de darle nombre a todos los animales, y despertó lentamente.
Abrió los ojos y se quedó pensando quién pudo dar el soplo de vida ese cuerpo, y pensó que era Dios, que Dios se metió en su sueño y lo ayudo a dar vida a ese hombre, Y crear su propio mundo. Durante cinco años el teólogo lo buscó en el edén que había creado; pero no lo encontró, y decidió hacer a una mujer. La hizo de igual modo que al hombre, comenzó por la costilla ayudándose con la del varón y termino en cinco años. En su sueño el teólogo se dio cuenta que dentro de su edén había un árbol que el no había creado o al menos no lo recordaba, sus frutos eran extraños y les ordeno , con preocupación que no comieran de el.
Despertó preocupado y comenzó a rezar en su cuarto. Ya tenía ciento cinco años cuando terminó su obra. Su cuerpo parecía un espectro, y sus ojos , dos luces que parecían apagarse en cualquier momento. Durante el tiempo que le tomó hacer su obra, desarrollo habilidades que escapan de la razón: entre ellas la telepatía, el bloqueo del dolor y todo lo que puede hacer la mente en sus varios niveles de referencia.
En el convento se hablaba mucho de él, algunos decían que estaba en trance con Dios y por eso se estaba muriendo. Cuando abrió los ojos no podía ver bien, distinguió que su puerta se abría dejando entrar una luz que dificultaba su visión, una visión que le recordaba que este no era su mundo inmortal, su anhelado sueño. Pensó que era alguna monja con su almuerzo, basado en yerbas ya que desde hace mucho comenzó a respetar las demás formas de vida. Esta vez era un niño quien le traía su potaje . –Cómo te llamas. preguntó el anciano. –tengo tres nombres: Jesús, Emmanuel y miguel. El anciano recordó lamentablemente que olvidó su nombre hace varios años.
Comenzaron a hablar de teología, el niño era muy nutrido en la materia, demostró que su sabiduría era casi similar a la del teólogo. El anciano se dio cuenta que era una personita noble, buena y quedó dormido con él en su cama después de hablar largas horas. Al día siguiente ambos físicamente en la tierra habían muerto; pero el anciano esa noche soñó con su mundo y con el niño. Él le enseñaba todo lo que sabía en su edén y él (Jesús, Emmanuel y Miguel ) aprendía con gusto.
El teólogo se dio cuenta que habían muerto cuando no podía volver, y ya transcurridos cientos de años desde que entraron, Jesús lo llamó padre y él se dio cuenta que era Dios de su propio mundo.
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