viernes, 21 de mayo de 2010

El anciano y el escritor

Él niño lo soltó de las manos con estricto cuidado diciéndole -ya vengo. El ciego le respondió mirando horizontalmente ¿ qué haces ? el niño bajó muy raudo del carro aprovechando que se había detenido en un paradero. El ciego se había quedado solo en el mundo.

El carro comenzó a avanzar de nuevo. Todos le quedaron mirando al ciego mientras volteaban sus rostros de a pocos para que pareciese como si no se dieron cuenta de ello, con la única intención de no sentirse comprometidos frente a un indiscapcitado. El ciego sujetó fuertemente su bolsa de caramelos. Se escuchaba un sonio de alguna sirena que se disipaba con el avance del carro. El ciego pidió bajar en el siguiente paradero con mucha firmeza. La gente lo ayudaron con pena y con el alivio de no estar comprometidos más con la seguridad del ciego porque este ya se bajo del carro y de sus vidas.

Ahora estás solo. Habías comprendido que el niño necesitaba ser libre; y que no eligió de manera correcta su camino. Haz comprendido por eso no estas triste, a pesar que te acostumbraste a su mano, y tu mano se acostumbró ver el mundo solo de la mano del niño. Pero a pesar que ese niño es tu hijo, nunca dejó de ser niño, de querer jugar, de querer soñar y querer e imaginar que su mundo pueda ser perfecto. Sé que lo amas, y que deseas lo mejor para él. Tú sabes que él es muy inteligente, y sabes por presentimiento y por ese sentido que los científicos no saben explicar, que ese niño se llegará a ser alguien grande.

Parado en la esquina más peligrosa de la ciudad, el ciego se quedó pensando, se quedo pasmado, se quedo por horas. Tomó la decisión de seguir simplemente su camino, pedir ayuda en voz alta, y a pesar que muchos pasaron y disimularon ante ellos mismos que no escucharon, llegó una mano a la suya, ¿dónde vive señor? ¿Lo puedo ayudar? El ciego sintió cierto deja vú. Gracias por su ayuda, por favor ayúdame a tomar los carros hacía Pachacamac.

Recuerdas, sentiste que eso ya sabías que iba a pasar, de la misma forma que sabías que tu hijo llegaría muy lejos. Recuerdo y tengo presente tus infinitas oraciones. Sabes es increíble el amor que los padres pueden tener por sus hijos, al nacer el tuyo, dejaste de pedirme que te devuelva la visión, y me pediste salud y bienestar para tu recién nacido. He sentido tus oraciones y me dieron cierta tristeza, quise devolverte la visión pero si es que hacía eso, tú hijo no te dejaría, y no aprendería de sus errores, y esos errores no lo harían un gran hombre.

¿Dígame joven cuál es su nombre por favor? Me llamo Flabio ¿ y a qué se dedica señor? Soy escritor. Escritor, usted debe leer mucho señor. El ciego sintió algo extraño. Mientras camina del brazo del joven, no pudo dejar de pensar en esa extraña sensación, mientras pensaba, escritor... escritor... escritor

Cómo decirte anciano, que de verdad hice lo que me has pedido, tú dijiste llévame a mí si quieres, pero no a mi hijo. Tú me lloraste increíblemente que haga de tu hijo un hombre de bien, y sabes, lo he hecho. He despertado en él la chispa de la realidad, lastima que haya elegido ese camino extraño. Lastima que los caminos nos eligen a nosotros. Aquí sabes anciano, la vida tampoco no es muy bonita. Es un poco extraño explicarte que aquí el tiempo no pasa, aquí no existe el pasado ni el futuro, aquí no existe el tiempo ni la muerte. Como explicarte anciano que la muerte ordena nuestra vidas, y nos da la esencia de la felicidad.

El anciano subió al carro, está vez no para vender caramelos sino para descansar camino a casa. Lloró lentamente y sus lágrima parecían perderse en un lugar sin tiempo, parecían sacadas de un lago profundo y hermoso. De pronto el anciano escuchó sonidos fuertes, gritos aterradores, y entonces dejó de escuchar todo, para escuchar el tiempo y ser el resplandor de las estrellas, que tanto gustan a su hijo.

Hijo del tiempo, siempre tendrás la sensibilidad de las flores y el sentimiento de los niños. Comprendo que tenías miedo, y querías irte de todo muy lejos, como dicen, querías mandar todo a la mierda. Eras niño, y ni bien terminaste de correr algunas horas, querías abrazar a tu padre y decir que lo amas, pero sabes, no era tarde, solo que él ya no estaba.

Con cuanta fuerza lloraste en el entierro humilde de tu padre, comprendiste el odio mejor que nadie y juraste que nunca te lo perdonarías. Sé que hasta ahora, a pesar que tienes 82 años, recuerdas cada detalle del día que dejaste la mano del anciano. Lo recuerdas bien, sus manos débiles y gruesas, su expresión de estar mirando siempre el horizonte, y sabes que tu padre nunca dejó en ningún momento de quererte con las mismas fuerzas.

Mírate, tienes 20 años y eres un escritor muy bueno, mírate hijo, tienes 30 años y eres un padre muy atento. A pesar que no has aprendido bien la fe a mi, y que no me rezas desde la muerte de tu padre, créeme, nunca me olvido de ti. Sabes, me da curiosidad, porque siento como me escribes, como te pones en mi papel de funcionario celestial, y como te arrepientes de tus tantos pensamiento en contra mía. Sabes, me gustaría que sepas, que lo supe desde el primer momentos en que naciste, que ahora tecleas tu historia, para perdonarme y para que te perdone. Para que hagamos las pases secretamente y sigamos siendo ficha y jugador, sigamos siendo el dúo complementario y eterno, nos confundamos en estos dos papeles y seamos ambos, cada uno en su momentos, ficha y jugador. Por eso, aún creo en ti y en las líneas que bordean tus ojos y agradezco que me hayas hecho pasar por estas cosas para comprender que aún sigo siendo el niño que toma la mano de su padre ciego para vender sus caramelos.

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