Parados frente a la playa del mar de puerto viejo decidimos acabar por fin con nuestras vidas. Parados en medio de la noche y del lenguaje del océano sin poder ver mas que oscuridad y una que otra forma blanca de la silueta de una ola, Nadia tomó mi mano con su mano izquierda y sin dejar de mirar el mar avanzamos lentamente, hasta que ella me saltó un momento y al voltear para verla, ella ya no era ella, era una ave hermosamente blanca que alzó vuelo hacía el oscuro horizonte en el que pude ver ser solo el resplandor de su cuerpo albo.
Corrí desesperadamente hacia ella gritando, Nadia! Nadia! Nadia!, no me dejes, no me dejes! Mientras corría el tiempo se hizo lento y recordé el día en que ella parada frente al balcón de Barranco, quiso saltar hacia el horizonte de la tarde para perderse en los colores que se esconden al mundo. La detuve con mi mano en su cintura, y la abracé con las fuerzas que tenía para vivir, la abracé y mis lágrimas se escurrían por mis mejillas como una lluvia profunda y sincera. Te amo, le dije al oído. Te amo, no te vayas por favor, no te vayas por favor. Ella me abrazó, y sentí que éramos uno, que éramos un ser que se estaba abrazando solo.
Buenas tardes princesa! Buenas tardes princesa! Buenas tardes princesa! Le dije con la sonrisa más grande del mundo, y con un rollo delgado de papel que le mostré en mi mano derecha, desenróllalo le dije. Ella tomó el inicio del papel enrollado y comenzó a leer atentamente. Cuando te conocí comprendí el significado de mi vida, de la esperanza y de la felicidad. Ella besó mi frente como dejando en la huella de su beso un pequeño enigma que encerraba su existencia. Ella escribió después en un papel un pequeño poema, e hizo de la hoja un pequeño barco diciéndome, lo liberaremos juntos en el mar. Gracias por tus palabras, gracias también por hacerme comprender que el destino no es más que la decisión de seguir un camino, dijo ella.
Nadia era extraña, una mezcla entre mujer y niña, entre racionalidad y locura, entre alegría y depresión. Le gustaba ver las tardes y también el mar. A veces me decía que no se sentía bien en este mundo, que prefería ser ave, ser un pez, o ser un pequeño viento. Nadia tenía un nombre y muchas historias y leyendas que le gustaba contar frente al océano, los contaba con tal descripción y veracidad que parecía que ella había estado observando cada suceso cuando las leyendas se llevaban acabo.
Las leyendas no son mentiras, son historias guardadas en metáforas, son conocimientos preservados en mitos. Las leyendas me decía Nadia, son lugares profundos donde vivir eternamente. Como decirte Nadia que éramos dos vientos que se hicieron uno. Solo recuerda los faroles de las playas y las historias que guardabamos en sus luces. Recuerda Nadia nuestras caminatas, nuestras lecturas de poesía, nuestra vidas juntos. No te vayas! Nadia No te vayas! Te necesito. Te amo. Entiende, te necesito para vivir, por favor, te necesito para vivir.
Yo seguía corriendo en medio de la noche buscando en mis gritos una razón por el cual te ibas, buscando el tiempo que se iba, intentaba comprender mi existencia sin ti. Con casi todo el cuerpo en el agua me di cuenta que el ave daba vuelta hacía mi, vi que estabas volviendo hacía mi. Recuerdo haber visto solo su figura, como si todo solo fuera oscuridad y sonido. Volvías amor. Salí del agua rápidamente peleando con las olas del mar, y tú pasaste por encima mío dejando caer dos lágrimas tristemente frías, y descansaste en la arena. Salí corriendo del mar y resbalé cayendo sobre unas piedras golpeándome el rostro...
Los recuerdos son extraños, a veces uno cree que pueden ser mentiras, yo sé sin embargo que tú existes y que descansas sobre el mar junto a mí, buscando salvar vidas como la mía. Lo recuerdo bien amor, yo estaba frente al mar de Puerto Viejo queriendo morir de tanto dolor, el dolor que produce el recuerdo de una madre muerta y de una vida llena de nostalgia. Quería morir en el mar para que el sonido de las olas guarde mi alma para siempre y me recuerde de cuando en vez al reventar en una que otra piedra pequeña y solitaria. Quería morir para que el mundo siga existiendo sin mi vida. Recuerdo bien las aves que veía volar en el cielo mientras me desvestía de lágrimas y de las tristezas que en mi alma se acumularon. Alguien en esos momentos, golpeó torpemente mi hombro derecho, y al voltear vi una mujer desnuda que guardaba una expresión como de silencio y de canto, como de alegría y tristeza. No llores me dijiste. El dolor nos hace crecer pero si no lo vencemos nos puede hasta matar. No llores joven, que la vida es una guerra muy larga, no llores por favor, mira que el cielo es muy hermoso...
Adolorido por el golpe de la caída te vi detalladamente pero esta vez eras una ave, sin embargo conservabas la misma belleza y la misma profundidad en tu mirada. Te amo te dije. No te vayas. Llévame contigo Nadia para volar por los campos elíseos donde la muerte no existe... no sé si escuché o si solo entendí, pero sabía lo que me decías, hablabas de ambos, de nuestras naturalezas, hablabas del amor como los viejos sabios de las leyendas.
Cuál es tu nombre le dije, Nadia respondió la mujer desnuda. No tienes frío Nadia le pregunté sorprendido. Un poco, mis ropas y mis cosas se las llevó el agua respondió la mujer desnuda. Le presté mis ropas que llevaba en mi mochila y ella se vistió lentamente sin mayor vergüenza. Hablamos toda la madrugada sobre la vida y la felicidad, y por una extraña razón encontré en sus palabras la reflexión necesaria para orientar mi vida. A la mañana nos saludó el canto de una bandada de aves blancas, y nos despedimos hasta nuestro próximo encuentro. Al principio ella no deseaba que nos volvamos a encontrarnos pero aceptó al verme aún un poco triste. Desde ese momento nos veíamos todas las semanas en la misma playa.
Nadia nunca quería ir lejos de la playa, solo una vez salimos y fuimos hasta barranco pero ella actuó extraña, así que no volvimos a separarnos del horizonte. Las tardes y las noches eran lindas, y nuestras conversaciones eran como agua fresca. Nadia conocía muy bien el lugar y las orillas, me llevaba a conocer lugares, rocas, abismos e islas pequeñas a los lejos. Dónde estás Nadia, en qué leyenda descansas, en que silencio te encuentras para ir a tu búsqueda y a tu encuentro.
Recuerdo el día que hicimos el amor sobre la arena, era luna llena y el viento soplaba fuertemente pero sin hacer frío. Hicimos el amor despacio, como burlándonos del tiempo, como ocultándonos entre nosotros mismos, como dos cuerpos que se unen en una metáfora de la noche. Recuerdo que volabas sobre mi cuerpo como si yo fuera un cielo extenso y tú la única ave de mi reino. Recuerdo sentir la acaricia del viento y de la luna, la composición del universo sobre mi cuerpo desnudo. Recuerdas Nadia, recuerdas cuando volamos juntos hacía nosotros mismos... recuerdas cuando nos hicimos el amor en el medio del océano...
No nos importaba nada en los momentos que andábamos juntos, solo éramos felices, no nos faltaba nada mas. Solo los dos y el mar. Nadia siempre me pareció extraña, venia vestida con ropas un poco gastadas, como si estuviesen guardados en el mar o bajo el sol; pero eso no me importaba. Solo era feliz viendo su mirada, perdiéndome en su sonrisa y acariciando su mano lentamente. Solo era feliz por primera vez en mi vida, por fin mis heridas desaparecían y dejaban de existir para siempre.
Alzo la mirada para verte, y seguías siendo bella Nadia, y en tu mirada se posaba la vida y el futuro, y tu expresión era como de una niña y de una mujer, como una flor que recién nace bajo la luna de otoño. Intenté levantarme, pero está vez me detuve frente a ti, te dije muy despacio, no me dejes por favor, te amo, no me dejes Nadia, llévame contigo...
Te gustaba mirar el horizonte, perderte en sus colores y en su paz, escuchando el lenguaje del viento y del océano, prestando atención tan atenta como si te estuviesen contando secretos guardados tras mucho tiempo. Nadia, acaso extrañabas algo en el fondo del mar? Acaso me decías con tu silencio que tú no pertenecías a este mundo. En los días en que alquilaba pequeños barquitos artesanales de madera para ir al fondo del océano, tu ibas mirando muy atenta el cielo como si comprendieras el significado de las nubes y del vuelo de las aves. En qué leyenda descansas Nadia, para escribir sobre tu existencia.
Las últimas tardes que nos veíamos se te notaba triste, como si estuvieses tejiendo malos recuerdos y malos futuros, estabas triste Nadia y en tu rostro se marchitaba tu mirada. En esos días me decías que tenías que irte de mí para siempre, que no me podías explicar las razones, que me querías, que me amabas, que esperabas un hijo mío. Al escucharte que estabas embarazada se me vino una alegría inmensa, se me vino todo el amor que podía tener y todo el amor que mi madre me dio cuando aún existía. Sentí tanto amor y me brillaron de tal forma los ojos, que te juro, las estrellas sintieron cierta envidia. Tú me viste llorar y besaste mis ojos y dijiste también te amo, y también lo amo, amo a nuestro hijo, amo lo que somos, quiero estar contigo siempre, peor tengo me marcharme sin ti. Nunca me supo explicar la razón, pero le tomé de la mano y le dije, si tú te vas te juro que me mato, por favor quédate. No, me dijo llorando, no puedo. Luego me pidió que nos encontremos en el mismo lugar de siempre de la playa a la semana siguiente. Acepté sin titubeos. Siempre nos encontrábamos en el mismo lugar, era extraño, ella siempre estaba antes que yo, por más temprano que llegase, nunca conocí su casa pues ella no quiso, pero eso no importaba.
Corrí desesperadamente hacia ella gritando, Nadia! Nadia! Nadia!, no me dejes, no me dejes! Mientras corría el tiempo se hizo lento y recordé el día en que ella parada frente al balcón de Barranco, quiso saltar hacia el horizonte de la tarde para perderse en los colores que se esconden al mundo. La detuve con mi mano en su cintura, y la abracé con las fuerzas que tenía para vivir, la abracé y mis lágrimas se escurrían por mis mejillas como una lluvia profunda y sincera. Te amo, le dije al oído. Te amo, no te vayas por favor, no te vayas por favor. Ella me abrazó, y sentí que éramos uno, que éramos un ser que se estaba abrazando solo.
Buenas tardes princesa! Buenas tardes princesa! Buenas tardes princesa! Le dije con la sonrisa más grande del mundo, y con un rollo delgado de papel que le mostré en mi mano derecha, desenróllalo le dije. Ella tomó el inicio del papel enrollado y comenzó a leer atentamente. Cuando te conocí comprendí el significado de mi vida, de la esperanza y de la felicidad. Ella besó mi frente como dejando en la huella de su beso un pequeño enigma que encerraba su existencia. Ella escribió después en un papel un pequeño poema, e hizo de la hoja un pequeño barco diciéndome, lo liberaremos juntos en el mar. Gracias por tus palabras, gracias también por hacerme comprender que el destino no es más que la decisión de seguir un camino, dijo ella.
Nadia era extraña, una mezcla entre mujer y niña, entre racionalidad y locura, entre alegría y depresión. Le gustaba ver las tardes y también el mar. A veces me decía que no se sentía bien en este mundo, que prefería ser ave, ser un pez, o ser un pequeño viento. Nadia tenía un nombre y muchas historias y leyendas que le gustaba contar frente al océano, los contaba con tal descripción y veracidad que parecía que ella había estado observando cada suceso cuando las leyendas se llevaban acabo.
Las leyendas no son mentiras, son historias guardadas en metáforas, son conocimientos preservados en mitos. Las leyendas me decía Nadia, son lugares profundos donde vivir eternamente. Como decirte Nadia que éramos dos vientos que se hicieron uno. Solo recuerda los faroles de las playas y las historias que guardabamos en sus luces. Recuerda Nadia nuestras caminatas, nuestras lecturas de poesía, nuestra vidas juntos. No te vayas! Nadia No te vayas! Te necesito. Te amo. Entiende, te necesito para vivir, por favor, te necesito para vivir.
Yo seguía corriendo en medio de la noche buscando en mis gritos una razón por el cual te ibas, buscando el tiempo que se iba, intentaba comprender mi existencia sin ti. Con casi todo el cuerpo en el agua me di cuenta que el ave daba vuelta hacía mi, vi que estabas volviendo hacía mi. Recuerdo haber visto solo su figura, como si todo solo fuera oscuridad y sonido. Volvías amor. Salí del agua rápidamente peleando con las olas del mar, y tú pasaste por encima mío dejando caer dos lágrimas tristemente frías, y descansaste en la arena. Salí corriendo del mar y resbalé cayendo sobre unas piedras golpeándome el rostro...
Los recuerdos son extraños, a veces uno cree que pueden ser mentiras, yo sé sin embargo que tú existes y que descansas sobre el mar junto a mí, buscando salvar vidas como la mía. Lo recuerdo bien amor, yo estaba frente al mar de Puerto Viejo queriendo morir de tanto dolor, el dolor que produce el recuerdo de una madre muerta y de una vida llena de nostalgia. Quería morir en el mar para que el sonido de las olas guarde mi alma para siempre y me recuerde de cuando en vez al reventar en una que otra piedra pequeña y solitaria. Quería morir para que el mundo siga existiendo sin mi vida. Recuerdo bien las aves que veía volar en el cielo mientras me desvestía de lágrimas y de las tristezas que en mi alma se acumularon. Alguien en esos momentos, golpeó torpemente mi hombro derecho, y al voltear vi una mujer desnuda que guardaba una expresión como de silencio y de canto, como de alegría y tristeza. No llores me dijiste. El dolor nos hace crecer pero si no lo vencemos nos puede hasta matar. No llores joven, que la vida es una guerra muy larga, no llores por favor, mira que el cielo es muy hermoso...
Adolorido por el golpe de la caída te vi detalladamente pero esta vez eras una ave, sin embargo conservabas la misma belleza y la misma profundidad en tu mirada. Te amo te dije. No te vayas. Llévame contigo Nadia para volar por los campos elíseos donde la muerte no existe... no sé si escuché o si solo entendí, pero sabía lo que me decías, hablabas de ambos, de nuestras naturalezas, hablabas del amor como los viejos sabios de las leyendas.
Cuál es tu nombre le dije, Nadia respondió la mujer desnuda. No tienes frío Nadia le pregunté sorprendido. Un poco, mis ropas y mis cosas se las llevó el agua respondió la mujer desnuda. Le presté mis ropas que llevaba en mi mochila y ella se vistió lentamente sin mayor vergüenza. Hablamos toda la madrugada sobre la vida y la felicidad, y por una extraña razón encontré en sus palabras la reflexión necesaria para orientar mi vida. A la mañana nos saludó el canto de una bandada de aves blancas, y nos despedimos hasta nuestro próximo encuentro. Al principio ella no deseaba que nos volvamos a encontrarnos pero aceptó al verme aún un poco triste. Desde ese momento nos veíamos todas las semanas en la misma playa.
Nadia nunca quería ir lejos de la playa, solo una vez salimos y fuimos hasta barranco pero ella actuó extraña, así que no volvimos a separarnos del horizonte. Las tardes y las noches eran lindas, y nuestras conversaciones eran como agua fresca. Nadia conocía muy bien el lugar y las orillas, me llevaba a conocer lugares, rocas, abismos e islas pequeñas a los lejos. Dónde estás Nadia, en qué leyenda descansas, en que silencio te encuentras para ir a tu búsqueda y a tu encuentro.
Recuerdo el día que hicimos el amor sobre la arena, era luna llena y el viento soplaba fuertemente pero sin hacer frío. Hicimos el amor despacio, como burlándonos del tiempo, como ocultándonos entre nosotros mismos, como dos cuerpos que se unen en una metáfora de la noche. Recuerdo que volabas sobre mi cuerpo como si yo fuera un cielo extenso y tú la única ave de mi reino. Recuerdo sentir la acaricia del viento y de la luna, la composición del universo sobre mi cuerpo desnudo. Recuerdas Nadia, recuerdas cuando volamos juntos hacía nosotros mismos... recuerdas cuando nos hicimos el amor en el medio del océano...
No nos importaba nada en los momentos que andábamos juntos, solo éramos felices, no nos faltaba nada mas. Solo los dos y el mar. Nadia siempre me pareció extraña, venia vestida con ropas un poco gastadas, como si estuviesen guardados en el mar o bajo el sol; pero eso no me importaba. Solo era feliz viendo su mirada, perdiéndome en su sonrisa y acariciando su mano lentamente. Solo era feliz por primera vez en mi vida, por fin mis heridas desaparecían y dejaban de existir para siempre.
Alzo la mirada para verte, y seguías siendo bella Nadia, y en tu mirada se posaba la vida y el futuro, y tu expresión era como de una niña y de una mujer, como una flor que recién nace bajo la luna de otoño. Intenté levantarme, pero está vez me detuve frente a ti, te dije muy despacio, no me dejes por favor, te amo, no me dejes Nadia, llévame contigo...
Te gustaba mirar el horizonte, perderte en sus colores y en su paz, escuchando el lenguaje del viento y del océano, prestando atención tan atenta como si te estuviesen contando secretos guardados tras mucho tiempo. Nadia, acaso extrañabas algo en el fondo del mar? Acaso me decías con tu silencio que tú no pertenecías a este mundo. En los días en que alquilaba pequeños barquitos artesanales de madera para ir al fondo del océano, tu ibas mirando muy atenta el cielo como si comprendieras el significado de las nubes y del vuelo de las aves. En qué leyenda descansas Nadia, para escribir sobre tu existencia.
Las últimas tardes que nos veíamos se te notaba triste, como si estuvieses tejiendo malos recuerdos y malos futuros, estabas triste Nadia y en tu rostro se marchitaba tu mirada. En esos días me decías que tenías que irte de mí para siempre, que no me podías explicar las razones, que me querías, que me amabas, que esperabas un hijo mío. Al escucharte que estabas embarazada se me vino una alegría inmensa, se me vino todo el amor que podía tener y todo el amor que mi madre me dio cuando aún existía. Sentí tanto amor y me brillaron de tal forma los ojos, que te juro, las estrellas sintieron cierta envidia. Tú me viste llorar y besaste mis ojos y dijiste también te amo, y también lo amo, amo a nuestro hijo, amo lo que somos, quiero estar contigo siempre, peor tengo me marcharme sin ti. Nunca me supo explicar la razón, pero le tomé de la mano y le dije, si tú te vas te juro que me mato, por favor quédate. No, me dijo llorando, no puedo. Luego me pidió que nos encontremos en el mismo lugar de siempre de la playa a la semana siguiente. Acepté sin titubeos. Siempre nos encontrábamos en el mismo lugar, era extraño, ella siempre estaba antes que yo, por más temprano que llegase, nunca conocí su casa pues ella no quiso, pero eso no importaba.
La ave que estaba frente a mí, la nueva forma de Nadia, me dijo amor, quieres venir conmigo. Me levante y me acerqué lentamente hasta arrodillarme frente a ella. Si quiero ir contigo, quiero estar siempre contigo, donde fuese, estar siempre a lado de ustedes dos, tú y mi hijo, ser una familia por siempre. Quiero estar contigo Nadia. Mientras hablaba no pude controlar mis lágrimas, no pude controlar mi llanto de niño y de hombre. Ella volvió a decir, amor, no llores, mis padres, los dioses de esta parte del mundo nos han escuchado. Primero me han castigado a mi por transformarme en mujer y por hablar con seres extranjeros como tú, me castigaron para siempre, y desde hoy solo dormiré en las rocas pequeñas que sobresalen en el mar frente a las playas, siendo golpeada por las olas fuertes que revientan con fuerza sobre estas pequeñas piedra. Amor, pero sabes, también nos escucharon y vieron nuestra amor infinito, y nos permitirán vivir juntos toda la vida. Fue entonces que sentí mi cuerpo más ligero y en mi espalda dos alas blancas inmensas que iban creciendo para siempre.